miércoles, 14 de julio de 2010

La sed lo volvía loco; su andar pesado le requería un
esfuerzo titánico. Se acabó,
cayó; caí desde el cielo al infierno, desde donde
nunca saldría, condenado para siempre por haber
nacido hombre, por haber negado a
Dios, ese invento del ser humano creado para
poder convertir el miedo aterrador que supone ver llover
en verano, cuando el sol esté mas orgulloso y fuerte que nunca, y hay que
pedirle permiso para salir a la calle. Será entonces cuando tenga tiempo para
pensar en lo que soy y en lo que quiero ser. Hasta entonces solo me queda disfrutar de este
tesoro que es lo que encontraron los piratas en el fondo del
mar, lo odio, la arena, los peces, algas, tiburones y moluscos.
Eso añadido a que cada vez que voy a la playa
acabo escocida, porque mi piel es muy
sensible. eran las manos de aquel pesonaje que
creía que algun día moriría.

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