lunes, 1 de julio de 2013

Damacrada

El chico muere contento. Había sido feliz cuando era un importantísimo infante. Pero la muerte no le tenía ninguna simpatía.
Un invierno frío marcaría para su vida un punto y un aparte. Lo que supuso entristecerle y que no volviera nunca a sonreír. Fue una mujer la más afectada de que tenga que preocuparse por su futuro lejano. Ella era la amada de su padre.
Resultaba que la dama había llegado ese invierno desde el norte. Se cansó pronto de sonreír y ser amable. Odiaba todo lo relacionado con la complacencia. Decidió súbitamente cambiar su peinado. No sabía si dejarlo largo como Margarita de Austria o trenzárselo al modo tirolés tiñéndoselo de granate. Decidido el peinado y el corte de pelo, había de producirse el cambio debajo del cuero cabelludo. No le gustaba en absoluto su forma de ser impaciente e insegura. Y de manera innata, sabía que en el fondo, ella no era así; que era su entorno el que la estaba achicando e impidiendo su despegue. Consciente de esto, subió a su habitación y buscó en su baúl todo lo necesario para un largo viaje. No sólo era espacio lo que se preparaba a recorrer sino también los senderos de su inconsciente -que le decía que por qué para hacer esto estamos en clase- y de su corazón, todavía principiante, si bien no inocente. Sabía perfectamente que no iba a encontrar respuesta, esto lo tenía que hacer en clase, estaba destinado a ello, ya nada podía hacer. Desde la ventana se veía caer una lluvia fina y persistente que hacía el efecto de una inexistente cortina y que daba un mayor tono gris y melancólico a la tarde otoñal de hojas cayendo. no hacía la lluvia otra cosa que entristecerla pensando que debía hacer buen tiempo para poder estrenar unas bonitas sandalias que le regaló su abuelo en un agradable paseo por El Retiro.
En cualquier caso, dejando atrás esos pensamientos, partió sin avisar a nadie de ese entorno represor, hacia el sur, a encontrarse (sin saberlo) con el joven niño infante.
Tomó un tren a primera hora que recorría todo el país y se sentó junto a una bonita muchacha en avanzado estado de gestación. ¿Será niño o niña? ¿Será feliz? Yo no lo he sido, pero lo seré; así de firme es mi decisión. Ser feliz tiene que ser fácil, mucha gente lo es y ella no iba a ser menos.
El viejo vagón estaba equipado con unos enormes asientos que, a pesar de su dureza, sumieron a la joven en un profundo sueño. Soñó que se encontraba en una pequeña ciudad al norte de su pueblo y a unas 3 horas de viaje. Soñó que encontraba una llave de oro que la condujo a un cofre del tesoro que resultó no tenerlo. O al menos no aparentemente porque aunque no había oros ni joyas, sí había una carta sellada

Dudoso Super Elvis