domingo, 9 de junio de 2013

El gato negro, como todos los que dan mala suerte, cruzó la alfombra estilo victoriano del salón. Y en el centro del mismo, el mismo recuerdo de un olor a carne cruda que escondía hambre de todas las clases. ¿Cuándo vendrá? Todas las mañanas bajaba a la cocina, atraído por el olor a magdalenas. La cocinera siempre le esperaba armada con un rodillo. Y en el reguero de destrucción florecen, entre los cadáveres en putrefacción, flores irrepetibles cuyos perfumes tan exquisitos se perdían a causa del hedor que ocultaba su talento tras los bigotes. No sabía cazar ni tampoco maullar. Su mayor preocupación era tener los bigotes brillantes y comer pasteles. No tenía preocupación y así se elevaba por las alturas con la corriente de aire más leve y miraba a las gentes como si fuera un fantasma o no, lo único que le preocupaba era que le informasen diariamente de las gatitas de la ciudad.

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